Hace poco, opiné que la intención del gobierno francés de “hacer patria” obligando a los niños a aprender el himno nacional en el cole era una decisión desacertada. Por cuestiones de coherencia e independientemente del color político de cada uno, no tengáis la menor duda de que opino lo mismo de la intención de Paco Vazquez, alcalde de mi ciudad (A Coruña), de izar una bandera española en pleno medio del paseo marítimo.
Los sentimientos no tienen nada que ver con la exhibición pública de símbolos. Todo lo contrario. Sin embargo, el fetichismo esta anclado en el ser humano: desde los crucifijos hasta las banderas o los himnos pasando por el coche y/o teléfono móvil, el hombre tiene más apego a las cosas materiales que a los valores. La cosa no sería tan grave si no incluía una perversa/subversiva e imperiosa necesidad de convertir a los demás a sus santos. Sobre todo cuando el efecto suele ser, a la manera de un boomerang, totalmente contrario a lo deseado ya que esta medida no hace más que, por su carácter provocador, fomentar el rechazo.
Entiendo que para marcar su territorio el alcalde haya preferido plantar su bandera en lugar de orinar alrededor de la ciudad. Esta decisión lo hace menos animal pero no más inteligente. Inteligente hubiera sido colocar 3 banderas (de tamaño idéntico) conviviendo en un mismo mástil: La gallega, la española, y la europea. Pero ya sabemos que no se le puede pedir peras al olmo...
Coruña es su ciudad señor Vazquez. Pero no el patio de su casa. Sus ciudadan@s se encargarán probablemente de recordarselo en el 2007.
miércoles, octubre 12, 2005
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